Las cookies tienen (cierto) sentido. En 1994 un empleado de Netscape llamado Lou Montulli tuvo la idea de crear las cookies, ficheros de datos que guardaban ciertos datos de la sesión de navegador para ofrecer características importantes a la hora de usar internet. Así, por ejemplo, el carrito de la compra recordaba lo que habíamos ido metiendo en nuestras compras, o la web recordaba cómo habíamos rellenado ciertos campos para evitar que tuviésemos que volver a rellenarlos.
Pero nos espían mucho. El problema es que las cookies, que actuaban de forma transparente e invisible —los usuarios no las percibíamos— han acabado siendo una fuente de datos muy jugosa para empresas de todo tipo, que las recolectan y guardan para crear perfiles de usuarios o de grupos de usuarios. Las llamadas cookies de seguimiento permiten registrar nuestro historial de navegación, algo que poco a poco fue generando una amenaza para la privacidad.
Con la Unión Europea hemos topado. En 2011 tanto la UE tomó una decisión radical y decidió que todas las empresas debían avisar e informar a sus usuarios de qué cookies estaban recolectando, además de dar opción a bloquear la recolección de parte de ellas. La forma de implementar ese requisito era un desastre, pero acabó perfilándose en 2018 con la entrada en vigor del RGPD para convertirse en una de las mayores condenas de la experiencia de cualquier internauta junto a la publicidad.
¿Bienvenido, consentimiento de cookies? Desde hace unos años nada más abrir cualquier sitio web aparece un 'pop-up', una ventana con un mensaje en el que se nos informa de que se están recolectando cookies, y que nos da opción a revisarlas y a rechazar la recolección de parte de esas cookies.
El proceso de de revisión y selección es a menudo farragoso, lo que provoca que muchos usuarios simplemente pulsen (pulsemos) en 'Aceptar' para poder acceder directamente al contenido que queríamos consultar. La UE trató de revisar el funcionamiento para evitar los "muros de cookies", pero el problema ha seguido presente.
Es peor el remedio que la enfermedad. La intención de la Unión Europea es loable, pero el mecanismo es terrible y se ha convertido en una de las grandes pesadillas de la navegación por internet. No funciona, y hasta la UE lo sabe, pero parece dar igual, porque estos molestos mecanismos se han convertido en una constante en nuestras sesiones de navegación. Un ejemplo más de cómo al final la mala implementación de una medida para proteger nuestra privacidad hace que los usuarios prefieran prescindir de ella para ganar en comodidad.
Brave se quiere cargar el consentimiento de cookies. El navegador Brave lleva años tratando de implementar medidas para proteger nuestra privacidad de forma cómoda, y ahora están preparando su particular antídoto contra el consentimiento de cookies. Sus responsables han anunciado la futura versión 1.45 que este mes de octubre "bloqueará las notificaciones de consentimiento de cookies en Android y en el escritorio (y poco después, en iOS)".
Mensajes infames (y con trampa). Según estos desarrolladores, esos mensajes "son una molestia infame y casi constante en la Web". Además, apuntan, "rompen e interrumpen una de las principales ventajas de la web: la posibilidad de navegar por contenidos de muchos sitios y editores de forma cómoda y sencilla. Y, lo que es irónico, muchos sistemas de consentimiento de cookies en realidad rastrean a los usuarios, introduciendo el daño exacto que los sistemas de consentimiento debían evitar".
Y mientras, Google a la suya con Manifest v3. El gigante de las búsquedas lleva tiempo tratando de plantear su propia alternativa, que primero fue FLoC . Esta alternativa no gustó a muchos, Brave incluida, y se transformó en los llamados 'Topics'. A esa iniciativa se le ha añadido el llamado Manifest v3, la última iteración de la plataforma de extensiones de su navegador Chrome.
Esos cambios también fueron muy criticados, entre otras cosas porque harán que las actuales extensiones de bloqueo de anuncios dejen de funcionar. No parece que la solución sea esa, y aquí quizás la Unión Europea debería tratar de repensar un mecanismo que ha empeorado nuestra experiencia en internet. Hay algún intento al respecto, eso sí, pero parece que de momento nada definitivo.